Siempre he sido una persona rebelde, revolucionario -en cierto sentido-, aunque hace algún tiempo que, en la búsqueda de esa pseudomadurez autodemostrable, reduje dicha naturaleza al plano de las ideas y me propuse eliminarla como registro de comportamiento.
Reconozco que no siempre lo consigo.
Soy especialmente sensible a esos momentos de la vida en los que uno siente que los demás le dejan la única opción. Esas situaciones en las que uno ve -en la mayoría de los casos sólo en su imaginación-, que las opiniones, gustos, deseos o afirmaciones de los demás inducen su comportamiento; y es entonces cuando reacciono contracorriente. Quizás por sentirme dueño total de mis actos, pero siendo el único responsable del alcance de ellos. De manera poco enérgica, pero tercamente atemperada. Y sí, a pesar de las críticas.
Es mi momento de mayor egoísmo. Ese momento es desde y para mí.
Hace ya algunos días tuve un mal encuentro con una persona que ha significado -y no dejará de significar- mucho en mi vida. La situación fue (es) digna de no recordarse, auténtica degeneración de la mínima compostura. No supo mantener la calma y, en un momento de crisis de la discusión, usó armas que nunca debería haber usado, ni siquiera conocido. En un sólo instante sepulté cualquier sentimiento hacia esa persona, desconociéndola de manera perfecta.
Ni odio.
Poco tiempo después me sorprendí dejándome llevar fácilmente por la situación que no busqué, usando cómodamente los argumentos otorgados por la discusión que no quise, y manteniendo una distancia fruto, tan sólo, de una secuencia inopinada. Pero... ¿dónde había quedado mi verdadera voluntad? Si tanto me gustaba reaccionar ante eso ¿porqué adoptaba una postura de inercia inducida? Si tantas veces había sido criticado... ¿no era ése el mejor momento para justificarme? Y así lo hice.
Me armé de egoismo y decidí seguir amando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Muchas, muchas veces es, no solo cómodo, si no placentero, dejarse llevar; no luchar contra corriente. Esto no significa ni renunciar ni cambiar ni nada por el estilo.
Se llama cansancio.
Publicar un comentario